lunes, 4 de agosto de 2014

Goa y Hampi


Hampi, 30 de julio de 2014

Llegué a la Victoria Terminus cerca de las diez de la noche y la actividad entre los andenes y el enorme hall de la entrada era incluso mayor que por el día. Apenas se podía caminar entre la gente tumbada en medio de la estación y los carros de paquetería que iban de un lado a otro arrastrados por escuálidos tiradores. La policía se paseaba entre la gente y despertaba con palos a algunos de los que estaban durmiendo en el suelo. Estoy seguro de que muchos de los que esa noche atestaban la terminal no eran viajeros sino más bien moradores habituales de la Victoria, gente que cada noche se cae sobre su propia sombra para acabar acurrucándose en algún rincón de la estación.

Cuando llegué hasta mi plaza en el vagón del tren me llevé una grata sorpresa al comprobar que las seis literas estaban ocupadas por turistas, cuatro de ellos españoles que iban a la misma playa que yo en Goa. Ahí comenzó el tramo de viaje compartido con Borja, Carolina, Ángel y Anna.
La noche fue mucho más llevadera que en otros trayectos y, además, nos bajamos varias estaciones antes para quedarnos en el norte por lo que el viaje se hizo más corto de lo habitual. Cuando abrí los ojos por la mañana supe que estaba entrando en esa otra India. El paisaje era tropical y nos rodeaba el verde por todas partes.

Nos bajamos en la estación de Pernem, una de esas paradas en medio de la nada y lejos de todo donde parecía que no se había bajado nadie en mucho tiempo. Me encantan los lugares así, esos donde el reloj parece girar más lento como esperando que alguien venga a alterar el orden natural de las cosas.
Un taxi nos acercó hasta Arambol, en el norte de Goa, un estado que tiene poco que ver con el resto de la India. La influencia portuguesa no sólo se percibe en la arquitectura o en la mayor presencia de iglesias católicas. Es el ritmo, la cultura del sossegado, esa indolencia que hace que todo vaya más lento y ralentiza cualquier momento hasta su mínima expresión.
Cuando empezamos a caminar por la playa de Arambol todo estaba desierto. Ahora es temporada baja y los establecimientos cierran hasta que pasa el monzón. Apenas había locales a los que preguntar y caminamos bastante antes de encontrar alojamiento. Al final, después de varios intentos, nos abrieron un hostel para nosotros.

Durante el día llovía intermitentemente pero por la tarde, con la caída del sol, bajaba la marea y se abría una playa enorme con una luz impresionante. La gente parecía salir de sus madrigueras y se acercaba a la playa, que se llenaba de vida en las últimas horas del día. Los jóvenes jugaban al criquet mientras las mujeres buscaban conchas en la arena rodeadas de niños correteando en sus bicicletas. Los dos días que pasé en Arambol no hice otra cosa que leer, escribir y dejar pasar el tiempo sin el más mínimo remordimiento, un verdadero placer a orillas del mar de Arabia.

Al día siguiente bajamos hasta Panjim, la capital del estado, una ciudad para caminar sin rumbo fijo. Me sorprendió el nivel de vida y la limpieza de sus calles, algo extraño en India. Panjim es distinta y aquí la huella portuguesa es mucho más patente. Las casas de colores y los edificios coloniales se unen a un hermoso paseo a orillas del río Mandovi donde están atracados viejos barcos de vapor convertidos en casinos flotantes. Desde aquí nos acercamos a visitar Old Goa, la que fue capital de la colonia portuguesa hasta que la malaria y el cólera forzaran su abandono a finales del S. XVII. La Vieja Goa cuenta con iglesias y conventos impresionantes, reminiscencia del esplendor de antaño que aun puede percibirse paseando por sus calles y jardines. En la basílica del Bom Jesus se encuentra el mausoleo de San Francisco Javier que atrae a multitud de devotos a cualquier hora del día. Antes de tomar el bus nocturno a Hampi visitamos una plantación de especias que acabó siendo lo más interesante del día y nuestra última parada antes de dejar Goa para adentrarnos en Karnataka.

El autobús llegó antes de lo previsto y a las cuatro y media de la mañana ya estábamos en Hampi. A pesar del acoso de los cazaturistas, decidimos resguardarnos bajo un templo y esperar que amaneciera para decidir donde hospedarnos. Con los primeros rayos de luz llegamos al Gopi, un hostel encantador donde encontramos buenas habitaciones y una terraza que haría las delicias de cualquier viajero.

Hampi es un lugar extraño, fantasmagórico, pero poderosamente atractivo. El paisaje lo integran enormes rocas apiladas que guardan un equilibrio inquietante, difícilmente comprensible pero que ha soportado el eterno paso de los años. El ocre de las piedras contrasta con el verde de los arrozales, los palmerales y las plantaciones de banano,  un lugar sobrenatural que sorprende al viajero desde el momento en que pone un pie en estas tierras. La que antes fue capital de un imperio es ahora un conjunto increible de templos desperdigados e integrados perfectamente en el paisaje. Perderse a solas por ellos despierta la curiosidad del aventurero que se sabe en un lugar mágico cargado de historias y secretos escondidos.

En Hampi me separo de mis compañeros de viaje que continúan camino hacia Bangalore y Anantapur. Yo sigo hacia el sur, a Mysore y de ahí a Ooty y Munnar. No se que tendrá este país pero resulta tan cautivador como inabarcable. Cuanto más lo conozco más amplio se vuelve el horizonte y todo intento de llegar se convierte siempre en un recomenzar, una sensación que es en realidad todo un lujo para los que, como yo, vivimos enganchados al camino.

1 comentario:

María Magdalena dijo...

Fascinantes tus historias. Me encanta la última frase de este relato de tu viaje a Goa y Hampi. Dan ganas de viajar allí.