martes, 24 de julio de 2012

Atardecer en Fez

Cuando cae la tarde los estorninos se adueñan del cielo de Fez mientras el bullicio de la medina acompaña la entrada de la noche y, en el rescoldo del día, comienzan las llamadas a la oración desde las mezquitas que rodean el Hotel Cascade. Las entradas de los distintos muecines van sucediéndose a destiempo por lo que en unos pocos segundos la noche de Fez se convierte en una especie de fuga a varias voces donde la lejanía impone lo planos y el grito a los fieles el tema recurrente que vuelve incansablemente una y otra vez. Las siluetas de los minaretes recortan el horizonte como si fueran figuras de papel y se convierten en los únicos lugares descifrables dentro del amasijo de callejones y recovecos que conforman la laberíntica medina de Fez. 
Con la llegada de la noche los fassis encienden los tenderetes y continúan vendiendo su mercancía, sin inmutarse un ápice, como si nada hubiese pasado porque para ellos la noche nunca significó un impedimento para continuar haciendo negocios. Las abejas se van alejando poco a poco de los pasteles de miel y los melones abiertos mientras el humo de las parrillas comienza a inundar el aire que respiro. Los panes apilados, el pescado que quedó sin vender, las cajas de fruta y los puestos de cilantro y menta van cincelando el intenso discurrir de la noche entre la tintineante luz de las bombillas.
Horas más tarde, con la luna como único testigo, caen las lonas y suenan los cerrojos. Mañana, al alba, con los primeros rayos de luz, la medina se levantará de nuevo y volverá a revivir como lo viene haciendo desde hace siglos, encarnando en ese caos tan genuino la expresión más viva de la vida misma.