martes, 15 de julio de 2014

La ciudad de la flor de loto

Pushkar, 15 de julio de 2014

Llegar hasta Jaipur resultó mucho más sencillo de lo que me había imaginado. Un rickshaw hasta Bikaner House y seis horas de autobús bastaron para alcanzar la capital de Rajastán, el estado más grande de India y una de sus mayores atracciones turísticas. Durante el viaje conocí a Parijaat, un joven programador informático que me sorprendió por su amabilidad y simpatía. Aunque yo siempre recelo de todo el mundo hasta estar seguro de saber con quien me trato, no tardé en darme cuenta de que Parijaat era una buena persona. Ya estaba advertido por la guía de cual iba a ser el panorama que me iba a encontrar cuando pusiese un pie en la estación de Jaipur así que me preparé para la batalla. Cuando entramos en la ciudad, y aun con el autobús en marcha, ya había diez o doce cazaturistas corriendo bajo los cristales. Parijaat me dijo que no me preocupara y me pidió que guardara silencio y lo siguiera: -Estos chicos no te dejarán libre fácilmente, dijo mientras esbozaba una sonrisa. Cuando bajamos comenzó la algarabía de gente entre los autobuses y los bultos de unos y otros. A empujones conseguí agarrar mi mochila y seguí a Parijaat, que pronto apalabró un rickshaw y me sacó de la estación. Cambiando su ruta me dejó al lado de mi hostal y ni tan siquiera me permitió pagar la carrera. Cuando nos despedimos me dio su tarjeta y, con la misma sencillez con la que llegó, se marchó sin más.

La Guest House Karni Niwas está regentada por una extensa familia que salió en bloque a recibirme en cuanto entré por la puerta. Más tarde descubrí que era el único huesped de la pensión y entendí por qué me costó tan poco rebajar el precio en el regateo. Aunque el dueño no brillaba por su simpatía, resultó ser un tipo de confianza, preocupado por dar un buen servicio, y la verdad es que me sentí bien acogido desde el primer momento. Pasadas las horas de calor decidí dar mi primer paseo por la ciudad vieja, también conocida como Ciudad Rosa por estar pintada de este color, el color de la hospitalidad, desde que el Maharajá Ram Singh lo ordenara para recibir al Principe de Gales en 1876. Sin embargo, el primer contacto con Jaipur no hizo honor a los atributos de su color más representativo. A mi me resultó una ciudad áspera y agobiante, con todos los ingredientes de la rutina india pero mucho más condensados en el espacio. A los autobuses, rickshaws y motocicletas se sumaron los camellos y las vacas para acabar de completar un enjambre de lo más hostil. Pasada la puerta de Ajmeri comienzan los bazares organizados por oficios y al menos bajo los soportales pude descansar de la presión de la calle. El día acabó en The Doors, un restaurante con una comida vegetariana excelente en el que disfruté de la tranquilidad y el silencio, un momento de relax más que merecido después de un intenso día de viaje.
La mañana siguiente la pasé visitando los principales monumentos de la ciudad. En primer lugar fui al formidable fuerte de Amber, a once kilómetros de Jaipur, un maravilloso ejemplo de arquitectura rajputa. El fuerte se eleva sobre una rocosa ladera a la que se sube andando o en elefante. Sobre las colinas escarpadas surgen puertas enormes, salones adornados y jardines muy cuidados en los que no cuesta imaginarse la grandeza alcanzada por los maharajás.
Ya de vuelta visité el Palacio de la Ciudad, sede del Maharajá de Jaipur cuyos descendientes siguen viviendo en él. Muy cerca del edificio principal se encuentra el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos, una construcción singular cuya fachada de cinco pisos con forma de colmena se ha convertido en uno de los iconos de la ciudad. Servía como extensión de la cámara de las mujeres destinada al harén y su función original era la de permitir a las mujeres reales observar la vida de las calles de la ciudad sin ser vistas.
Acabada la visita y tras un último paseo por los bazares di por terminada mi estancia en Jaipur y decidí continuar hacia mi próximo destino, Pushkar, una de las siete ciudades sagradas de la India. Cuenta la leyenda que a Brahma se le cayó una flor de loto azul de la mano. Donde cayó se formó un lago y a sus orillas se construyó la ciudad de Pushkar (loto azul en sánscrito), un lugar de peregrinación al que los devotos deben acudir al menos una vez en su vida. Aquí se encuentra uno de los pocos templos dedicados a Brahma y éste fue también el lugar elegido para esparcir las cenizas del Mahatma Ghandi. Todas las calles giran entorno al lago sagrado donde la gente se reúne, lava la ropa o hace las pujas ante la indiferente mirada de las vacas y el constante trasiego de perros y transeúntes. El atardecer es la hora más interesante en los ghats. Cada cual va tomando su lugar mientras suenan los mantras y comienzan las oraciones. Las bandadas de palomas se levantan al unísono mientras caen los pétalos de flores y se encienden las velas.

Por muy lejos que te encuentres de ellos y de sus creencias no es difícil contagiarse del misticismo y la espiritualidad que se respira en esta pequeña ciudad, un oasis de tranquilidad en medio del desierto donde un día cayó una flor de loto y se levantó un lugar sagrado.

3 comentarios:

Julia dijo...

Brindemos por la toda wena gente, qu la hay, y mucha! sólo hay que estar abierto para encontrarla! Disfruta!!!!y pon alguna de tus fotitos!!! un besazo!!!!

Unknown dijo...

Gracias Gus por hacerme viajar cada año contigo a través de tus palabras. Espero ansiosa cada una de tus líneas y empápate de todo lo que puedas para depues contagiarnos a nosotros. Besazos.

Mari Carmen Rufo dijo...

Querido Gustavo: Este verano no tengo aun lecturas a mano porque desde el 1 de Julio esta es la primera noche que mi padre descansa tranquilo, asi que no sabes cuanto agradezco que mi primera lectura sean tus piezas, que me hables de tu viaje y que pueda leer de ti tan buena literatura, acompañarte a lugares lejanos, compartir sensaciones y sentimientos tan autenticos.
Gracias de corazon por este regalo y sigue el camino de tus anhelos mas profundos de tu ansia de conocimiento y sabiduria.
Un abrazo profundo que abarque el espacio que nos separa y te haga sentir que no estas solo.