lunes, 8 de julio de 2013

Goathemala


Guatemala se hizo de rogar y a lo largo del interminable viaje que nos trajo hasta aquí parecía como si quisiera mantener en vilo la emoción y la sorpresa que siempre entraña la llegada a tierras nuevas aun por descubrir.

Sin embargo, nuestros primeros pasos en Guate estuvieron cargados de familiaridad. Diego, el marido de Eloisa, una de las contrapartes de Ibermed, nos estaba esperando en el aeropuerto y nos llevó en su furgoneta hasta el hostal que regentan en Ciudad Vieja, muy cerca de Antigua. Después de más de treinta horas de viaje, con la mochila cargada de cansancio y un enorme desfase horario, la bandeja de fruta fresca con la que nos recibieron nos supo infinitamente más dulce de lo que nos podíamos haber imaginado.

Al día siguiente visitamos Antigua, la joya colonial fundada por los españoles como “La muy Noble y Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Goathemala”. Me sorprendió la insólita belleza de este lugar, una ciudad llena de vida, movimiento y vibrante actividad a la que el turismo, sin llegar a ser sofocante, le confiere un ambiente cosmopolita con ciertos aires de modernidad.  

Antigua está pintada en tonos pastel y la alternancia de colores, aun sin responder a un patrón establecido, denota un gusto exquisito que convierte la visita en un auténtico derroche de placer para los sentidos. Su pasado colonial, en el que llegó a ser epicentro de poder de toda Centroamérica, puede aun palparse en las iglesias y conventos que lograron sobrevivir a los sucesivos terremotos que la asolaron. Aun así, y a pesar de los siglos de dejadez, Antigua sigue siendo un lugar cargado de magia donde no hay mejor regalo para el viajero que un largo paseo sin reloj.

Al día siguiente partimos con Diego para Comapa y en las tres horas que duró el trayecto nos contó su devastadora historia con una frialdad sorprendente y una enorme serenidad que acabó haciéndose dueña del silencio. Después de escucharle me quedé mudo y, de repente, empecé a tomar consciencia del profundo dolor en el que está sumida esta sociedad, destrozada por una guerra cruel que, como todas las guerras, como todas las tristes guerras, acabó empapando de sangre, dolor y lágrimas a quienes sólo gritaban clamando justicia.

Diego no tiene rótula en la pierna izquierda. El ejército le disparó a bocajarro destrozándole la rodilla cuando sólo tenía cinco años. Toda su aldea fue aniquilada y ninguno de los que le acompañaban consiguió salvar su vida. Él se despertó en el hospital del ejército, del mismo ejército que le había destrozado la rodilla. Decidieron salvarlo cuando descubrieron que era hijo de un importante comandante de la guerrilla y, en esos tiempos, los altos mandos de ambos bandos se respetaban mutuamente. Después las reglas cambiaron y sus padres acabaron siendo emboscados y asesinados. Él recaló en un horfanato que había montado un gringo con quien creció hasta los dieciocho años. De su hermano no tuvo noticias. Lo cuidaron unas monjas y, aunque se encontraron al cabo de quince años, volvieron a separarse. Hoy Diego no tiene a nadie salvo a su mujer y sus hijos.


Como dice Glenda García, para muchas personas “guerra” o “conflicto armado” son palabras que se escuchan en la distancia, como un eco lejano que en el bosque sólo vuelve a quien un día lloró a sus muertos. Cuando una sociedad se olvida de la solidaridad acaba dejando que cada cual cargue en soledad con sus historias, sus memorias y sus dolores pero las heridas sólo pueden cerrarse con el otro y desde el otro y, por más que pese, resulta inevitable dar un paso adelante para comprender que el dolor es colectivo y que sólo desde ahí se podrá llegar algún día al encuentro y a la reconstrucción de sus vidas.

3 comentarios:

ines camaro sanchez dijo...

Desgarradora la vida de Diego,aunque seguro que como la suya hay cientos.A veces lo menos malo es morir,porque la vida solo te aporta dolor y sufrimiento.
Gracias por esta historia.

C.Lampaya dijo...

Muchas gracias Gustavo, me alegra saber qué estáis bien y disfrutar de vuestro contacto , poco a poco y a veces desde el dolor en esa sociedad cálida y fuerte que forman los guatemaltec@s.

Mucos besos a tod@s
carmen

Juana G. Linares dijo...

Muchísimas gracias Gustavo por esta crónica tan dura y, por desgracia, tan habitual en esas regiones del mundo donde el dolor parece enraizado entre la energía de esa naturaleza.
Un fuerte abrazo