martes, 16 de julio de 2013

Maestros


Ya estoy tocando el ecuador de mi estancia en Comapa y cada día no deja de sorprenderme.  Ir cada mañana al encuentro de las escuelas es como vivir una deconstrucción de esquemas que creía bien asentados y que, sin embargo, se desmoronan como un castillo de naipes para acabar dejándome desnudo ante lo esencial. Los talleres con los maestros me están permitiendo compartir experiencias y acercarme codo a codo a la realidad guatemalteca. Cuando acabamos el trabajo se muestran agradecidos y felices ajenos, sin duda, a la profunda marca que me están dejando y que tanto me está dando que pensar.

El otro día fuimos a impartir el taller en Caparrosa, una sede que está allá donde acaba el mundo. Tardamos más de una hora en llegar por carriles embarrados en los que el 4x4 apenas podía avanzar. Cuando llegamos nos encontramos con varias compañeras que se habían levantado a las cuatro de la mañana para llegar a tiempo. La breve visita al centro agarró mis pies fuertemente al suelo ante una realidad que no podía creerme. La falta de espacio obligaba a un compañero a improvisar un aula debajo de una chapa metálica sostenida por cuatro troncos. Allí tenía colocados estratégicamente a los alumnos para evitar las goteras y en una pequeña pizarra se esforzaba por explicar el mínimo común múltiplo. Alucinante.

Muchos de los maestros viven en Comapa y van caminando al trabajo cada día. En el caso de Caparrosa, más de hora y media de ida y de vuelta por caminos impracticables. Algunos sufren asaltos y se levantan con ese miedo cada día cuando comienzan su jornada laboral. Nos contó un compañero que en una ocasión lo asaltó un grupo de encapuchados que, después de robarle, no paraban de pedirle al líder de la banda que lo matase. Cuál fue su sorpresa cuando uno de ellos le dijo al cabecilla que no lo hiciera, que era el profesor. Había sido asaltado y casi asesinado por sus propios alumnos y aun así, el maestro llega a la escuela, agarra su tiza y comienza a dar su clase.

Poco a poco, y a través de sus testimonios, estoy conociendo la realidad del niño aquí. Nos contaron que cuando un alumno llega a la escuela ya ha trabajado varias horas antes. En muchas aldeas no hay agua corriente y se cocina con leña. Los niños se levantan a las dos o las tres de la mañana y comienzan a dar viajes con los cántaros o a cargar leña sobre sus espaldas. Algunos van incluso a trabajar al campo antes de llegar a la escuela. La higiene, teniendo en cuenta el trabajo que implica llevar agua hasta las casas, pasa a un segundo plano.  Sin embargo, para ellos el colegio es un verdadero regalo. Allí no tienen que trabajar y reciben, además,  la refacción, el único sustento alimenticio de la mayoría y la principal motivación para ir a la escuela. Cuentan los maestros que hasta la hora del recreo, que es cuando reciben la comida, los niños no consiguen mantener la atención, se duermen y sufren de dolores de estómago,  y no porque estén enfermos sino porque, simplemente, tienen hambre.


Cuando veo esto cada mañana sólo me queda callar porque poco puedo decir ante una realidad como ésta. Los compañeros de Comapa me están desmontando la cultura de la queja en la que vivimos por causa de la abundancia y los excesos que nos llevaron a dejar de valorar lo que tenemos. Enseñar aquí sí que es una labor titánica, una tarea admirable, para mí, la personificación diaria de lo que significa SER MAESTRO.

3 comentarios:

Mari Carmen Rufo dijo...

Gracias Gustavo por el regalo que nos haces cada vez que escribes tu vivencia. Gracias por remover nuestras conciencias y hacernos sentir. Yo también me quedo sin palabras, sin saber qué decir...solo el silencio puede ser la respuesta, la admiración más profunda y el respeto más grande por esos seres humanos que se afanan por sus semejantes, ahí sí que se intenta cambiar el mundo. Gracias por todo lo que nos das y bendición. Cuidados mucho que sois muy valiosos. Os queremos.

Carmen dijo...

Gustavo gracias por compartir tus vivencias. Sé cómo remueven hasta lo más hondo y nos cuestionan. Comparto tu admiración hacia esos maestros y maestras, gente sencilla y jóven a la que ahora tenéis oportunidad de acariciar. Entregaros a tope como sabéis hacerlo. Un abrazo enorme y desde La Solana os mando toda la energía que conocéis.

Gustavo dijo...

Gracias a las dos por vuestro apoyo!